jueves, 14 de septiembre de 2006

LA SONRISA PERDURABLE por Nicolás Yerovi


LA SONRISA PERDURABLE

Escribe Nicolás Yerovi
Una estridencia lo despertó. Cierta sensación de irrealidad lo tomó por
asalto, pese a reconocer su dormitorio. Se lavó la cara con fruición,
salpicando algunas gotas del aguamanil sobre la alfombra, como queriendo
olvidar el mal sueño del cual provenía.
Había soñado que alguien, enfermo de celos, le baleaba y él caía, malherido,
sobre la acera del jirón de la Unión. Dónde estaría mamá, dónde los niños,
pues la antigua casa de los Barrios Altos, en la calle Sacramento de Santa
Ana, parecía deshabitada. Abrió los visillos y dedujo que el agotamiento lo
había llevado a dormir vestido la noche entera pues ya había amanecido.
Antes de salir atisbó el calendario: 16 de febrero de 1917. Tomó el bombín
de la sombrerera y partió a la calle.
La estridencia se volvió intolerable. Un mar de bocinas desconcertó sus
tímpanos. Cientos de motores a combustión rugían conducidos por gentes a
medio vestir, sin corbata, todos parecían vivir apresurados, como si
corrieran a la última cita de su vida. ¿Eso era Lima? Sí, reconocía la
calle, pero esas indumentarias, esos apremios, esos cabellos rapados, esa
muchacha. ¡en pantalones! ¿Qué había pasado?
Se detuvo ante un puesto de periódicos, miró la fecha, "miércoles 5 de julio
del 2006" y casi se cae de espaldas, pero tropezó con un vendedor callejero
que ofrecía discos en estuches de colores, "tres por diez lucas, tío, los
verídicos". "¿Lucas?, qué moneda es esa", se preguntó, tomando del bolsillo
media libra de plata, observándola para estar seguro de andar despierto,
pero cómo no habría de estarlo si su última noche había demorado, sacando
rápidas cuentas, casi noventa años.
Magalys, Momones, Humalas, Bailys, Mónicas Tapias, ¿qué cosa era
eso?
Desembocó en una avenida, decenas de enormes automotores se impedían el paso
los unos a los otros, y de pronto emergió entre ellos un grupo que marchaba
en dirección a la Plaza Bolívar, blandiendo banderolas que citaban a un
Partido Nacionalista, ¿serían los simpatizantes de aquél que perdiese las
elecciones, según leyera en un diario?, uno que había volado a Cuba para
operarse de la vesícula, "¿volado?", se preguntó, y otra vez revisó
titulares, el presidente electo volaba a Colombia, ¿de manera que la gente
volaba como si todos fueran Jorge Chávez?
Pidió al vendedor que le permitiera hojear un diario donde daban cuenta de
que su obra completa había sido publicada por el Congreso de la República y
que sería presentada públicamente esa misma noche. Esto era demasiado.
Solicitó el tomo de Monos y Monadas que se ofrecía, memorizó la dirección
que figuraba en el postón y partió en un taxi hacia Barranco.
Cuando su nieto lo vio del otro lado de la puerta perdió el conocimiento.
Leonidas Yerovi intentó reanimarlo, necesitaba pagar el costo de la carrera
pues el taxista esperaba al volante, pero fue inútil. Entonces, por hacer
algo, se sentó a esa extraña máquina y terminó de escribir este artículo
para publicarlo algún día. Un escritor no podía evitar escribir, ni
siquiera después de dormir varias vidas. La sonrisa, traviesa, vivió
nuevamente entre sus labios.


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