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viernes, 31 de julio de 2009

Un toque de Maldad (sobre Ciudad de los Reyes) por Jorge Bruce

El reconocido Psicoanalista y Comunicador Social Jorge Bruce, aplica sus técnicas psicoanalíticas y su admiración por el trabajo de Juan Acevedo para entregarnos este muy interesante análisis de la obra Ciudad de los Reyes.

Lo primero que salta a la vista en esta colección de 100 dibujos que Juan realizó entre el 69 y el 81 es su pertinencia, su perturbadora actualidad. La verdad, desde el punto de vista del avance de nuestra sociedad, hubiese sido preferible que ya sean obsoletos y nos quede sobre todo su extraordinaria calidad gráfica, ese trazo sombrío, elegante y preciso, en donde la estética funciona como lo que Freud llamaba la prima de seducción, es decir ese placer que nos ayuda a tolerar el impacto brutal de la verdad contenida en estas obras. Ese impacto nos sacude y conmociona, nos despierta como un cachetadón. Nos hace reír, pero es una risa un tanto agria y de circunstancias. Ese humor tan percutante no relaja ni es tierno, a diferencia de otros trabajos del autor, que se caracterizan por esa humanidad entrañable, a lo Derzu Uzala, como los personajes del cuy, que ya pertenecen al imaginario nacional. Este es un humor agresivo, implacable, a lo Swift. Pero Juan lo explica mucho mejor en la introducción que ustedes podrán leer en esta oportuna y necesaria reedición de Ciudad de los Reyes.

Esta visión descarnada nos hace atravesar el fantasma, como diría Lacan. El fantasma en cuestión es el de un país en donde cada quien tiene su lugar. En donde las jerarquías están rígidamente establecidas y nadie debe salirse de esos linderos fijados por la tradición, la historia, la cultura, pero también de manera más trivial y cotidiana por las reuniones sociales, por los autos y las casas, por la ropa y los modales. En suma, por la ideología. Todo eso que Pierre Bourdieu llamaba la distinción. El problema es que a pesar de que han transcurrido 28 años desde que se publicó el último, son tan actuales como si Juan los hubiese dibujado esta mañana. El fantasma sigue operativo porque continúa siendo funcional para el sostenimiento de esa sociedad ficticia, imaginaria, de relente colonial.

Su amigo Quino ha declarado en Lima que él es un periodista que dibuja. Está claro que esto se aplica también a Juan. Yo agregaría que ambos son creadores que se expresan a través del dibujo, sin dejar de hacer análisis y crítica social. El maestro de periodistas Juan Gargurevich comenta hoy en su columna del diario La Primera que hay cuatro grandes dibujantes peruanos que pertenecen a ese rubro de periodistas que dibujan: fuera de Juan, Heduardo, Alfredo y Carlín. Juan ha respondido, con modestia, acerca de la vigencia de este libro, que hay, por ejemplo, una serie de militares que ya no son protagónicos en la vida nacional, en una entrevista que le hace María Luisa del Río, publicada hoy en la revista Somos. Pero tengo mis dudas. Los elementos autoritarios siguen ahí, con o sin uniforme, algunos de ellos en los cargos más altos del Estado, aguardando su oportunidad. En algunos casos, ya ejerciéndola con descaro, a fin de mantener los índices de corrupción y control que llegaron al paroxismo en la década del fujimontesinismo. Y en todo caso, influyendo para favorecer su retorno.

A mí siempre me gustó esa vena feroz, despiadada, clínica, se diría, de ese Juan. Un cirujano no se puede compadecer del tumor, sí del paciente. Lo mismo se puede decir de la psicopatología hallada por un psicoanalista. A veces es preciso usar el bisturí y Juan, en estas páginas, lo usa con denuedo. Me identifico con el carácter de desenmascaramiento de estos trabajos, que a alguna gente le parecía amargo, resentido y hasta envidioso, por no decir odioso. Puede ser. Pero esos afectos, con los que Juan hace resonancia, para él y para nosotros, ya sea que nos desagrade o reconforte, están en el seno de nuestro vínculo social. Por eso, muchos de los trabajos parecen páginas de sociales de las revistas o periódicos de hoy. Pero con un añadido. En esas páginas aterradoras –en las que he salido yo mismo más de una vez pero procuro evitarlo cada vez más porque me hace sentir ridículo y temo aparecer algún día en una de las caricaturas de Juan, cosa que ya ha ocurrido, pero con cariño y no quiero salir en el lado equivocado- los personajes están mudos, por definición: son fotos cuidadosamente encuadradas para que salga quién debe salir, y están, naturalmente, en silencio.

En cambio en los dibujos de Juan escuchamos lo que dicen y hasta lo que piensan. Ahí es donde se infiltran esa vaga sensación de incomodidad, esa bruma angustiosa, ese desasosiego. Es como ese viejo programa de televisión que se llamaba High Life, “el programa chic de la televisión”, que venía acompañado de un impresionante solo de bongós con un fondo de alguien esquiando en Ancón, me parece recordar. La revista Dedo Medio le da la vuelta al recurso de las páginas de sociales pero en una nota chonguera, dedo en ristre. En cambio estas instantáneas son de una veracidad que nos confronta con lo que esas páginas de revistas o periódicos continúan mostrando, imperturbables, en cócteles, matrimonios, recepciones o inauguraciones de exposiciones de arte. En donde están los que deben estar.

En todas esas situaciones la edición selecciona no solo a los personajes fotografiados, para que resalten los más encumbrados, los más exitosos, famosos o poderosos del momento, sino que excluye cuidadosamente a todos aquellos cuya presencia haría añicos la ilusión de un mundo estético y aséptico, regido por unos estrictos y estereotipados cánones de lo que es bello, poderoso, hegemónico. Un mundo de gente linda, elegante, rica, blanca, cool. Los que son. Los mil. La GCU. Ese es el fantasma al que aludía antes.

Juan se encarga precisamente de hacer añicos esa ilusión, mostrando el lado obsceno que se había procurado ocultar. Como en el título del libro de Rolando Arellano, que parece un comentario inconsciente al de Juan, esta es la ciudad de los Reyes y de los Quispe y los Mamani. Irremediablemente. Aquí los Reyes no están solos. Aunque aparezcan sin esa perturbadora compañía de la choledad en algunos dibujos, sus pensamientos, sus palabras los delatan. El otro es omnipresente, como lo reprimido retorna siempre, así sea a nivel inconsciente.

Sin embargo, en la entrevista que le hace María Luisa, Juan advierte que su visión ha cambiado en algún sentido. Ha descubierto que también en los sectores populares se encuentran afectos negativos, cómo no. “Que el pueblo, son sus palabras, también es corrupto y que la corrupción atraviesa todos los estratos sociales y está en cualquier persona”. Qué mejor prueba de esta afirmación que el comportamiento de los policías, por ejemplo. Pero también de los choferes de combi o de 4 x 4 que coimean a esos policías. Ese podría ser el tenor de un nuevo conjunto de dibujos de Juan, en esta ciudad de los reyes, los pajes y los escuderos. Cómo la anomia ha ido ganando terreno y percudiendo todo el tejido social. Cómo el racismo y el clasismo siguen activos y operativos, clasificando, desdeñando, organizando nuestra convivencia, administrando el malestar en la cultura.

Acaso eso es lo que les confiere tanta fuerza a estos dibujos, a los que de inmediato reconocemos. Sin necesidad de que los personajes representados sean figuras identificables –en algunos casos lo son- tenemos la nítida impresión de que los conocemos, sino en persona, con seguridad de vista.

Y sin embargo, muchos de ellos no representan a alguien en particular. Sucede que están captados con tal efecto de verdad, son estereotipos tan bien logrados que juraríamos que existen, que están vivos, que están aquí, en la FIL, buscando libros que los ayuden a mantener activa esa distinción a la que aludía Bourdieu.

En su introducción Juan alude a aquello que a los personajes excede. Eso me interesó. Eso que en los personajes habla a través de ellos: eso habla, dice Lacan, ca parle. Es una evidencia que trasciende las identidades individuales, reubicándolas. La sensibilidad militante de Juan hace de esta recopilación un registro minucioso de una mentalidad, de una época, de una política, pero no con el carácter de archivo que tendría el trabajo de un historiador o un sociólogo, ni tampoco con la búsqueda de claves inconscientes que guiaría a unas interpretaciones psicoanalíticas que buscaran descifrar comportamientos sociales como el racismo o la exclusión en cualquiera de sus variantes socioeconómicas, así como sus respuestas rebeldes, inconformes, resistentes, que están presentes en las actitudes de algunos personajes del libro, en ciertos dibujos, pero lo recorren en todas sus páginas.

No obstante, el trabajo de Juan tiene algo de todo eso, con el añadido de la mirada del artista y el humorista.

Permítanme referirme para terminar a otro concepto psicoanalítico que, a mi parecer, permite dar cuenta del estupendo trabajo que Juan vuelve a presentarnos hoy. Se trata del Hecho seleccionado del psicoanalista inglés Wilfred Bion. “Este término fue utilizado inicialmente por el matemático Poincaré, quien pensaba que los hechos que la ciencia selecciona como valiosos, son aquellos que armonizan y dan coherencia a hechos conocidos que previamente se hallaban dispersos y sin ninguna relación entre sí. (…) Bion utiliza el concepto matemático para describir el “hecho” que el psicoanalista tiene que experimentar en el proceso de síntesis. Un hecho seleccionado es una emoción o una idea que da coherencia a aquello que está disperso e introduce orden en el desorden. El hecho seleccionado es el nombre de una experiencia emocional, la experiencia emocional de un sentido de descubrimiento, de coherencia. El nombre del elemento, que parece vincular los elementos que no habían sido vistos antes como relacionados, es usado para particularizar el hecho seleccionado.” (Lía Pistiner de Cortiñas).

Para mí, este trabajo de Juan funciona como el Hecho seleccionado de Bion. Privilegia un aspecto de la ideología hegemónica de una época de nuestra sociedad, que en muchos sentidos sigue vigente –ya se sabe que las mentalidades son las más renuentes al cambio, por detrás de los sistemas económicos o políticos; la prueba es que ya no tenemos dictadura militar ni populismo y sin embargo las lacras son esencialmente las mismas: racismo, autoritarismo, clasismo, desigualdad, corrupción, etcétera. Por eso, la mirada de Juan funciona como ese hecho seleccionado que organiza nuestra percepción de todo lo que nos falta combatir para transformar nuestra patria en un lugar más amable, más tierno, menos despiadado y excluyente, como en otros trabajos que publica Juan. Pero estos, los de Ciudad de los Reyes, son el testimonio de esa experiencia emocional que sintetiza y da coherencia a un mundo que la ideología quisiera mantener sumergido, solapado, excluido. Y que Juan trae a nuestra percepción y nuestra memoria para que no nos dejemos adormecer.

Lamentablemente, lo reitero, no han perdido un ápice de su inquietante extrañeza y, al mismo tiempo, familiaridad. Son más necesarios que nunca. Gracias Juan por hacer sonar la alarma y por hacerlo con calidad artística, humor, inteligencia y honestidad.



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