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miércoles, 14 de enero de 2009

Develadas tres escenas completas de "Watchmen", o el director en su laberinto


Diario de un fanático desencantado:


Martes, 13 de enero del 2009.

Como pocas veces suele suceder en nuestra ciudad, el frikismo cobró forma, y se animó a asomar las narices por las salas UVK de Larcomar. El motivo, claro, fue uno poderosísimo (tenía que serlo): finalmente, Zack Snyder dejaría atrás su hermetismo, y develaría al mundo tres escenas de "Watchmen".

La expectativa era grande, y por lo mismo, los fanáticos nos deshacíamos en esa afición tan nuestra, como es la especulación. Eso, sumado al hecho de que todos los medios tenían los ojos fijos en la escena comiquera, hizo que por un momento viviéramos la ilusión de la tan anhelada presencia friki. Claro, que tampoco somos ingenuos: sabíamos que nada de esto pasaría de ser "un estallido entre dos grandes silencios". Sin embargo, y ya que estábamos, nos dedicamos a pasarla bien, que es lo que cuenta.

Pero qué poco duraría nuestra ingenua felicidad. Por fin, tras más de media hora de charla, cocktail y circunstancia, pasamos a la sala y nos hundimos en las butacas. La luz se apagó, y las manos empezaron a sudar. "Es Martes 13, esta no puede ser una buena señal".


Primer atentado, o no tanto.

Luego de media hora de un excelente J.J. Abrams presentando la nueva entrega de Star Trek (filme que mal haría en comentar, dada mi total ignorancia en la materia), Zack Snyder irrumpía en pantalla, con su insufrible hablar atropellado, y respaldado por un fondo repleto de llamativas ediciones absolute (¿alguien dijo distractores?). Así empezó la desazón.


La primera escena a proyectarse fue el dramático asesinato, o mejor dicho, "la pasión" del comediante. Snyder empezaba con mal pie, con un excesivo uso de la cámara lenta, y muy altas ínfulas de qué sé yo, mientras hacía hablar por televisión a una caricatura de Nixon. Golpe tras golpe, resultaba obvio que el momento apelaba a nuestra compasión. Extraño, porque compasión es lo que menos debería inspirar este personaje, pero cada quien con su lectura. Mientras tanto, "el comediante, ay, siguió muriendo", en un desubicado alarde de morbo y violencia impertinente.


Luego, los títulos de entrada, y aquí me toca hincarme ante el joven director. Una secuencia sencillamente genial, que nos lava la boca de ese saborcillo agrio. Tomando por propia la nostalgia, y con una estética muy bien lograda, los créditos se confunden con estampas vintage de los personajes, enmarcados por un Bob Dylan tan bueno como de costumbre. La aparente ingenuidad de las imágenes se quiebra por momentos, para mostrarnos escenas tan crudas como el asesinato de Kennedy, o la terrible infancia de un pobre diablo llamado Rorschach. Es más, ni siquiera Warhol o Bowie escapan de esta formidable contextualización. Impagable. ¿Uno de los mejores momentos que he vivido frente a una pantalla de cine? Sí, por qué no decirlo.


Segundo atentado, este un poco más.

Otra vez Snyder y su lengua traicionera, y una nueva escena nos era revelada. Esta vez se trataba del Dr. Manhattan en Marte, aquel monólogo que tanto me supo a Shakespeare, en su momento, quién sabe por qué. Y quizás sea por esta misma fuerza, que el guión termina por devorar a Snyder, quien ve agotados sus recursos, y se limita a reproducir lo obvio. El ritmo desciende en picada, y toda la metafísica de Manhattan parece quedarse con él, en Marte, porque a nosotros no nos llegan ni rezagos. Se puede retratar la soledad sin caer en la monotonía, y esa es una lección que Snyder aún debe aprender.
Por cierto, ¿alguien recuerda el por qué del símbolo en la frente del doctor? Pues, váyanlo olvidando, que les conviene. Repleta de incoherencias, esta escena es curiosa sólo porque es curioso ver a un sujeto brillando, y nada más. Prohibido buscar revelaciones.

Sin embargo, si algo he de rescatar de esta lectura de Manhattan es justamente lo sobrio de su tratamiento estético. El hombre resplandece, pero no hasta el punto de cegarnos. Y digo esto porque, tratándose de este personaje, sería fácil dejar que sobresalga entre el resto. Sorprendentemente, Snyder se lo impide, y eso, a la larga, es muy saludable.


Tercer atentado, y este sí, por mucho

Un Snyder feliz como sólo él podría estarlo, nos hablaba por última vez, para presentarnos el postre de esta insípida cena: Silk Spectre y Nite Owl rescatando a Rorschach de la cárcel, o lo que bien pudo haberse llamado "un ballet entre rejas". Los héroes toman por asalto un recinto diminuto, parecido más a una comisaría, y empiezan a repartir golpes, en una escena coreográfica hasta el límite del kung-fu. Casi se pueden ver los cables que sujetan a Nite Owl cuando éste, en una desfachatada traición al personaje original, se eleva por los aires, en una patada maestra. Un Dan Dreiberg demasiado joven y delgado como para soportarlo.

Pero si resulta desatinada la pelea en sí, más lo es la dupla Dreiberg/Juspeczyk. Con detestables muecas de ganadores, ambos se lanzan guiños y sonrisas cómplices, entre golpe y golpe. De esta manera, el director evita lidiar con temas tan complicados como la culpa y el amor tardío, y se limita a mostrarnos una paliza-ambos sexos. Un duro golpe al buen gusto.

En definitiva, el preview de "Watchmen" no nos supo a nada. O, por lo menos, a nada bueno. Claro, que creerle a un fanático es pecar de ligereza. Más aún: si pretenden disfrutar con esta película, recomiendo encarecidamente olvidar cada una de las líneas de este texto. Eso sí, olvídenlo todo excepto que, alguna vez, a algún inglés barbudo y loco se le dio por escribir una desgarradora fantasía heroica, que cambiaría al mundo de una vez y para siempre.

El fin está cerca.


César Santivañez

http://www.piensoencomics.com/






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