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jueves, 2 de agosto de 2007

Al Comic siempre le gusto la guerra


Al Comic desde muy temprano le gusto enlistarse en la guerra ya sea como propaganda bélica, victoria moral, o actitud critica. Los grandes desplazamientos de miles de personas armadas han sido terreno fértil para la imaginación, lastima que la guerra siempre sea el peor guión de la realidad que nos toca vivir a quienes no tenemos superpoderes.
En un articulo bastante informado como claro Ana Merino periodista del ABC nos comenta , "La guerra, el rastro amargo de tinta".

Como si fueran el triste presagio de un presente que siempre parece repetirse, muchas de las historias que alimentan la ficción de los comics han estado marcadas por la escenografía de las guerras verdaderas. Milton Caniff, maestro del género, construyó a través de la expresión naturalista una ficción paralela a los conflictos que se estaban fraguando en la realidad de su época. Sus tiras de «Terry y los piratas» narraron desde finales de los años treinta la resistencia china frente a la invasión del ejército japonés. El conflicto bélico de oriente, reflejado en las aventuras de sus personajes, se mezcló a partir de 1942 con los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.

Otra de sus tiras clásicas para la Prensa sería la de «Steve Canyon», creada en 1947 y que narra las peripecias de un capitán de la fuerza aérea que acepta arriesgadas misiones enfrentándose a todo tipo de enemigos, entre los que destacaban fanáticos nazis o agentes comunistas. Con la guerra de Corea este personaje se enlistará como coronel en la fuerza aérea estadounidense y sus aventuras se desarrollarán en Oriente Medio o Vietnam, evocando la problemática política de algunas de las zonas más conflictivas y calientes de la mal llamada «guerra fría».

Algunos superhéroes norteamericanos se enfrentaron a Hitler antes incluso de que su propio país decidiese hacerlo. Al historietista Jerry Robinson, creador del «Joker» y promotor de la memoria de la época dorada de los superhéroes, le gusta recordar cómo la Antorcha Humana, Capitán América, Capitán Marvel o Daredevil declararon la guerra a los nazis anticipándose a sus políticos. Después de Pearl Harbor casi todos los villanos del universo de los superhéroes se transformaron en Hitler, Mussolini o Hirohito.

Muchos de los grandes creadores norteamericanos de la época, como Jerry Siegel -padre narrativo de Superman-, Joe Simon y Jack Kirby -creadores de Capitán América- o Will Eisner -creador del Spirit- pasaron por los campos de batalla de la segunda Guerra Mundial.


Oesterheld y Hugo Pratt crearon en 1957 el personaje de Ernie Pike para la revista «Hora Cero» en Argentina. Este personaje era un homenaje a un corresponsal norteamericano llamado Ernie Pyle sobre el cual Oesterheld leyó un artículo. Su figura le pareció arquetípica y sus textos sobre la guerra tenían poca profundidad literaria, pero una peculiaridad pedestre que le llamó la atención. Pratt se inspiró en el rostro del propio Oesterheld para perfilar los rasgos del personaje. Curiosamente Ernie Pyle había sido uno de los corresponsales de guerra más leído por los estadounidenses y murió en Iwo Jima a manos de un francotirador japonés cuando la guerra ya había terminado.
El personaje con guión de Oesterheld también será dibujado por Alberto Breccia y Solano López en diferentes momentos tras el regreso de Hugo Pratt a Europa. Hugo Pratt, a su vez, escribirá guiones propios con este personaje sin reconocer la autoría de Oesterheld a modo de venganza simbólica por algunas desavenencias económicas.

Mort Cinder en las Termópilas
A Oesterheld le obsesionaron las guerras, reales y ficticias. Su personaje Mort Cinder, de la mano de Breccia, vivirá la Batalla de las Termópilas, la misma batalla que inspirará años después «Los 300» de Frank Miller. También será su Mort Cinder el que a través de la historia de «la madre de Charlie» nos hable de los miedos de los jóvenes en las guerras. El remordimiento de Charlie por su inmadurez adolescente y su cobardía en el frente durante la Primera Guerra Mundial marca su identidad secreta incapaz de decirle a su madre que está vivo. Oesterheld reflexiona sobre las debilidades y los miedos, sobre la fragilidad de los seres humanos en el contexto atroz de las guerras.

La temática testimonial de corte biográfico en torno a la Segunda Guerra Mundial es quizás la que ha dejado las secuelas más importantes e innovadoras en la historia de los cómics. Art Spiegelman canonizó el medio dentro del contexto anglosajón con «Maus», obra ahora reunida en un volumen de casi trescientas páginas pero que inicialmente fue publicando en episodios en «RAW», su propia revista experimental, a lo largo de la década de los ochenta. Los episodios de «Maus» recopilados se transforman en una novela gráfica paradigmática en la que narra la trágica historia de su familia durante el Holocausto nazi, rememorada a través de la voz testimonial de su padre.
Joe Sacco, en la década de los noventa, continua la tradición testimonial inaugurada por Spiegelman centrando su trabajo en la realización de un tipo de cómic de corte periodístico basado en entrevistas. La historia de su madre Carmen M. Sacco recordando su infancia en Malta bajo los bombardeos de Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial articula la dimensión expresiva de su obra, que irá navegando a través de diferentes conflictos armados entre los que destaca el interminable enfrentamiento palestino-israelí (a partir de notas y entrevistas de comienzos de los noventa), o la guerra en Bosnia entre 1992 y 95 (a partir de anotaciones y entrevistas tomadas entre 1995 y 1996). La guerra de los Balcanes también ha sido llevada al cómic de la mano de Joe Kubert, relatando la historia de Ervin Rustemagic y su familia durante el asedio de Sarajevo entre 1992 y 1993.

Las guerras fraticidas marcan la nueva dinámica de los comics de corte periodístico testimonial. No son historias de héroes que buscan el simple entretenimiento. Ahora son dramáticos relatos que rememoran y denuncian el horror de un genocidio, como sería el caso de «Smile Through the Tears» de Rupert Bazambanza, donde se narra la historia del genocidio de 1994 en Ruanda. Art Spiegelman, con el testimonio de su padre superviviente de los nazis, estableció las pautas para un tipo de narración gráfica impregnada por la memoria del sufrimiento en el contexto de las guerras.
Evocando ese mismo estilo gráfico narrativo surge «Un largo silencio» (1997), las memorias de la Guerra Civil de Francisco Gallardo Sarmiento que su hijo Miguel Ángel «Gallardo» (conocido por sus trabajos conjuntos con Mediavilla y sus personajes Makoki o El Niñato) interpreta con viñetas seriadas a la manera de los clásicos ilustrados. Años atrás Antonio Hernández Palacios realizaría una saga iniciada en 1979 que homenajeaba a los soldados desconocidos, y estaba basada en un joven teniente del Ejército de la República que conoció personalmente. Este trabajo dirigido al lector adulto fue publicado en varios álbumes.

La revista Cimoc, por otra parte, realizó una serie monográfica sobre la guerra civil también para los adultos con guiones de Víctor Mora que ilustraron Florenci Clavé, Jesús Blasco, Annie Goetzinger o Víctor de la Fuente, entre otros. Curiosamente, durante la Guerra Civil española los tebeos para niños se convirtieron en un arma propagandística donde los personajes se transformaban, como es por ejemplo el caso de la revista «Flechas», en pequeños héroes de boina roja que siempre vencían en el frente a los milicianos. Los niños bajo el dominio nacional consumían tebeos impregnados de una exaltación mística de la guerra donde los valores y grupos simpatizantes de la República son representados como demoníacos. El bando republicano mantuvo la dinámica de las revistas de puro entretenimiento añadiendo algunos rasgos partidistas en las historietas bélicas, definiendo a los antihéroes como los fascistas perdedores, sin llevar la épica de la guerra al paroxismo.
Los comics inspirados por guerras reales han ido adquiriendo con los años mayor densidad crítica. La idealización de los espacios bélicos ha dejado de funcionar en el contexto de las viñetas salvo excepciones que se remonten a tiempos míticos. La memoria y el testimonio del sufrimiento atroz que conllevan son el nuevo discurso que traza su escenografía, confiando en la perspectiva crítica de un lector adulto que reconozca en ellas la eterna derrota del ser humano.
ANA MERINO

fuente : ABC.ES

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